5/09/2010

LEER, ENTENDER LO QUE SE LEE, INTERPRETAR


Autor: Mi otro yo. Tururú

Que la mayoría de las personas lee lo que quiere, y no lo que pone, es una realidad como la de los curas pederastas.

Que muchas personas, lee lo que pone, y no se enteran de nada, también es una verdad, pero ésta es una realidad como las de Rajoy: ¿Camps, Gürtel; eso qué tiene que ver con el PP?

Que algunas personas leen un documento, no se enteran pero a pesar de todo contestan, esa es otra realidad, pero de tipo más público -funcionario, entiéndase-.

Que esas mismas personas leen días más tarde el mismo documento, no se enteran, pero a pesar de todo contestan -pero esta vez otra cosa diferente a la anterior-, e de tipo público -funcionario entiéndase, pero con cargo-.

¿Que una persona, no lea nada, pero que le coman la moral diciéndole que han leído cosas terribles que le afectan? Las hay. Que además declare en contra de quien supuestamente ha escrito lo que le han dicho que escrito, pero sigue sin leer lo que pone, que le ofende tanto?

También las hay.

Pero después existe otro tipo de personajes, que van de moralina hasta las cejas, actúa como si fuese una persona que hace del cumplimiento de las normas su vida, pero que en definitiva es más falsa que un euro de hojalata.

Luego está ese mínimo grupo, que ha oído que ha dicho que a lo mejor ..., da por ciertos los comentarios y hala... a expedientar.

Se supone que cuando un individuo con poder de expedientar a un trabajador, tiene que tener claro el porque lo hace -¡el por qué si, no sirve!- y sobre todo razones de peso.

Pero... ¿puede uno fiarse de un señor con capacidad de expedientar, cuando este tiene una ética paticular, pero alejada de la realidad?.

Hasta ahora, patece que escribo en clave, pero terminaré esta entrada de blog con una anécdota real:

Y pongo un ejemplo, de momento sólo uno, aunque hay más.

Hace poco, y por motivos no comprensibles legalmente hablando, una de esas personas con poder para expedientar, nombró a otra persona como instructor del expediente, y por supuesto expedientó.

La persona expedientada, que tenía sus propias fuentes de información, en el transcurso del expediente, envió un escrito en el que venía a decir, que recusaba al instructor por ser el futuro jefe de personal del centro en el que trabajaba el expedientado, motivo más que suficiente para recusarlo.

En la lógica expedientadora, al escrito de recusación contesto, no el recusado, sino el expedientador, y por escrito, y con sello de registro de salida, y en el que venía a decir, que el señor instructor no sería jefe de nada -más o menos.

Acabada la instrucción del expediente, al poco tiempo el expedientador nombró un nuevo director de Personal: El instructor del expediente. El recusado oficialmente.

Hay quien considera esta actuación como un enorme fraude de Ley.

Yo voy más lejos: ¿Está esta persona moralmente capacitada para volver a expedientar, cuando su ética está así de comprometida?



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