![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgRupceXQ1owfyLwMYsgMh0gthczMgEmg0Q55cuLyWXnw666V6UnP9q4Vk5zjTIr1WE_xwOSJFryOd6golQMfS65ze87N6Hjvyk6YGW1BUfB1S-uXJ7eW6SlGmRUGoUlVkN7z12QdtzHCIq/s400/%25C3%25ADndice.jpg)
Hoy: Patxi Calvo
Ha fallecido un compañero de trabajo, y sin embargo, quiero pensar que me tenía por amigo, yo a él lo quería mucho.
Hace 35 años, cuando comencé a trabajar en el Soroleku de Zamudio, me acuerdo que era una mañana, a las 6h., no había amanecido y parecía que había entrado en la mansión de Drácula, me encontré con mis nuevos compañeros, hoy algunos de ellos fallecidos y otros más mayores que en aquel entonces.
Yo tenía 25 años, y entré acojonado y sin tener ni la más puñetera idea de donde metía ni para qué, además pensé, ¡joder que gente más rara hay aquí! -también es verdad que al cabo de un mes, ya no me parecía raros, y saqué la lógica conclusión: Ya estoy como ellos.
En la primera planta, donde comencé mi andadura, me esperaban varios compañeros: Félix Alconada, Santi Soba, Manuel Sevillano y Paco Tamayo.
Estaban sentados, esperando con curiosidad quien iba a aparecer por la puerta, y cuando llegué me saludaron con simpatía, pero al mismo tiempo con esa expresión de este va a durar menos en este trabajo que un pirulí a la puerta de una escuela.
Me presenté, saludé, y lleno de miedo y curiosidad pregunté; se empezaron a descojonar de mi, contándome truculencias a mansalva, yo cada vez más acojonado, y justo en esos momentos, un paciente falleció.
Aquello fue un maremágnun que a mis ojos parecía una locura y nunca mejor dicho, sin embargo años después comprendí que era toda un coreografía bien sincronizada, esa manera de hacer las cosas que dan los años de camaradería.
Y esas andábamos -andaban, yo miraba-, cuando, como en una película de miedo aparecieron cuatro o cinco monjas en fila india, que iban a rezar a la capilla, que puta casualidad estaba en la planta.
No eche a correr de milagro, porque me daba vergüenza -y porque no sabía por donde se salía-; cuando acabó todo ese lío de primera hora, se volvieron a sentar y yo con más miedo que vergüenza me atreví a preguntar: ¿Pasa esto todos los días?, y pensé, como me digan que sí no vuelvo.
Félix y Santi, socarrones ellos, empezaron a decirme que si, que lo de hoy no era nada comparando con los otros días; mi miedo pasó a terror. ¿Y las monjas?, siempre aparecen cuando muere alguien. ¡Tenía los ojos como platos, yo! y comencé a pasar del terror al pánico.
Empece a levantarme para echar a correr cuando Manolo y Paco, se empezaron a reir hasta las lágrimas, y me dijeron que el paciente se había muerto porque estaba muy grave, y que allí era raro que muriese alguien, y que las monjas venían todas las mañanas a la misma hora a rezar maitines.
¿Y que hacen aquí?. Rezar y mandar me dijo Paco.
Y así lo conocí. Alto, grande, musculoso -como un armario de dos cuerpos- con voz grave y mirada seria.
Ese fue mi primer día de trabajo y el día que conocí Paco Tamayo, y tengo que reconocer que los compañeros de aquel entonces tuvieron conmigo una paciencia de santo, enseñándome de todo: desde como hacer una cama -estilo monja- a como colocar un suero, desde como tratar a un paciente, como a saber hacerse respetar.
Aprendí mucho, lo básico, pero mucho.
Por supuesto volví a trabajar al día siguiente y poco a poco, día a día, mes a mes estaba integrándome en el grupo.
La imagen que yo tenía de Paco, fue cambiando a la velocidad de la luz, ya que resultó ser una persona sentimental, con una vida plagada de aventuras, amante del tango, alegre y que era capaz de dejar el trabajo cuando fichaba la salida del mismo.
Amante y protector de la familia, para Paco, eso era lo primero en sus prioridades vitales, y además, verle emocionado cuando veía a una persona con síndrome de Down y su cariño por todo ser sufriente, era para mí, un ejemplo.
Confieso, aunque esté mal decirlo, que iba a trabajar a gusto, porque trabajábamos, nos sentíamos parte del proceso de mejora del paciente, y eso unido al miserable salario de aquel entonces, nos hacía seguir sirviendo a la ciudadanía.
Este es el Paco que yo conocí, es verdad que a veces discutíamos entre nosotros, pero el enfado nunca duraba más de dos días -tres si nos tocaba librar- y luego ni nos acordábamos por qué habíamos discutido.
Y .... nada más. Goian bego Paco.
Ha fallecido un compañero de trabajo, y sin embargo, quiero pensar que me tenía por amigo, yo a él lo quería mucho.
Hace 35 años, cuando comencé a trabajar en el Soroleku de Zamudio, me acuerdo que era una mañana, a las 6h., no había amanecido y parecía que había entrado en la mansión de Drácula, me encontré con mis nuevos compañeros, hoy algunos de ellos fallecidos y otros más mayores que en aquel entonces.
Yo tenía 25 años, y entré acojonado y sin tener ni la más puñetera idea de donde metía ni para qué, además pensé, ¡joder que gente más rara hay aquí! -también es verdad que al cabo de un mes, ya no me parecía raros, y saqué la lógica conclusión: Ya estoy como ellos.
En la primera planta, donde comencé mi andadura, me esperaban varios compañeros: Félix Alconada, Santi Soba, Manuel Sevillano y Paco Tamayo.
Estaban sentados, esperando con curiosidad quien iba a aparecer por la puerta, y cuando llegué me saludaron con simpatía, pero al mismo tiempo con esa expresión de este va a durar menos en este trabajo que un pirulí a la puerta de una escuela.
Me presenté, saludé, y lleno de miedo y curiosidad pregunté; se empezaron a descojonar de mi, contándome truculencias a mansalva, yo cada vez más acojonado, y justo en esos momentos, un paciente falleció.
Aquello fue un maremágnun que a mis ojos parecía una locura y nunca mejor dicho, sin embargo años después comprendí que era toda un coreografía bien sincronizada, esa manera de hacer las cosas que dan los años de camaradería.
Y esas andábamos -andaban, yo miraba-, cuando, como en una película de miedo aparecieron cuatro o cinco monjas en fila india, que iban a rezar a la capilla, que puta casualidad estaba en la planta.
No eche a correr de milagro, porque me daba vergüenza -y porque no sabía por donde se salía-; cuando acabó todo ese lío de primera hora, se volvieron a sentar y yo con más miedo que vergüenza me atreví a preguntar: ¿Pasa esto todos los días?, y pensé, como me digan que sí no vuelvo.
Félix y Santi, socarrones ellos, empezaron a decirme que si, que lo de hoy no era nada comparando con los otros días; mi miedo pasó a terror. ¿Y las monjas?, siempre aparecen cuando muere alguien. ¡Tenía los ojos como platos, yo! y comencé a pasar del terror al pánico.
Empece a levantarme para echar a correr cuando Manolo y Paco, se empezaron a reir hasta las lágrimas, y me dijeron que el paciente se había muerto porque estaba muy grave, y que allí era raro que muriese alguien, y que las monjas venían todas las mañanas a la misma hora a rezar maitines.
¿Y que hacen aquí?. Rezar y mandar me dijo Paco.
Y así lo conocí. Alto, grande, musculoso -como un armario de dos cuerpos- con voz grave y mirada seria.
Ese fue mi primer día de trabajo y el día que conocí Paco Tamayo, y tengo que reconocer que los compañeros de aquel entonces tuvieron conmigo una paciencia de santo, enseñándome de todo: desde como hacer una cama -estilo monja- a como colocar un suero, desde como tratar a un paciente, como a saber hacerse respetar.
Aprendí mucho, lo básico, pero mucho.
Por supuesto volví a trabajar al día siguiente y poco a poco, día a día, mes a mes estaba integrándome en el grupo.
La imagen que yo tenía de Paco, fue cambiando a la velocidad de la luz, ya que resultó ser una persona sentimental, con una vida plagada de aventuras, amante del tango, alegre y que era capaz de dejar el trabajo cuando fichaba la salida del mismo.
Amante y protector de la familia, para Paco, eso era lo primero en sus prioridades vitales, y además, verle emocionado cuando veía a una persona con síndrome de Down y su cariño por todo ser sufriente, era para mí, un ejemplo.
Confieso, aunque esté mal decirlo, que iba a trabajar a gusto, porque trabajábamos, nos sentíamos parte del proceso de mejora del paciente, y eso unido al miserable salario de aquel entonces, nos hacía seguir sirviendo a la ciudadanía.
Este es el Paco que yo conocí, es verdad que a veces discutíamos entre nosotros, pero el enfado nunca duraba más de dos días -tres si nos tocaba librar- y luego ni nos acordábamos por qué habíamos discutido.
Y .... nada más. Goian bego Paco.